Pronto los habitantes de Malinalco esperamos poder disfrutar de un parque ecológico de dos hectáreas en pleno Centro.
Aquí, una crónica de la historia de esta huerta, narrada por una de las personas de la familia que compró conservó y cuidó este maravilloso lugar durante más de 40 años. [1]
¿Cómo conociste Malinalco?

[1] A petición suya, omitimos su nombre.
Bueno, mi marido y mi hermano Eugenio, con unos amigos, venían a Chalma (cuando eran jóvenes). Les encantaban las excursiones. Se venían por el camino viejo a Chalma, luego venían acá a Malinalco, se quedaban en la parroquia a dormir y después se iban a Tenancingo. En Tenancingo había que llevar de esos licores de frutas que les dicen mosquitos, y ya con ellos se regresaban en camión a México. Así es que Malinalco lo conocían bien.
Años después yo le había dicho a Samuel, mi marido, que tenía ganas de una huerta chica.
Y es que cuando éramos niños mis hermanos y yo, mi papá consiguió una casita en Tlalpan, que tenía una huerta que disfrutábamos mucho. Me recuerdo con él podando ramas, arreglando las plantas…
Mi marido sabía que a mí me gustaba mucho festejar el 4 de marzo, que cumplíamos años de casados. Un día, mi hermano nos preguntó: qué van a hacer ese día. Pues fíjate que en realidad no hemos pensado. Y entonces sugirió: ¿cuánto hace que no vamos a Malinalco? ¿por qué no vamos?
Eugenio era sacerdote, Misionero del Espíritu Santo, y en ese momento dirigía un convento muy grande en Querétaro. Nos contó que le pidieron que vendiera un terrenito en Malinalco. Y me dijo: yo sé que tú siempre ha pensado en una huerta. Mi marido tenía ese día una junta en la mañana . Lo pensó y finalmente dijo, bueno, Malinalco es hermoso, a dos horas dos horas y mediade aquí, sí me da tiempo de que vayamos. Y nos venimos los tres a ver la huerta.

Le encantó a mi marido. Se atravesó el río entre las piedras, vio los árboles, las montañas, y yo mientras le digo a Eugenio: mira, esta no es una huerta. Aquí hay dos guajes, aquí tres ciruelos de los grandes, y ya, esto no es una huerta. Ya me estaba peleando con mi hermano. Entonces mi marido se atraviesa y le dice a Eugenio ¡está precioso! yo te lo compro. No le preguntó ni cuántos metros tenía ni nada. Pero no te lo puedo pagar ahorita, te lo puedo pagar hasta diciembre. Sí, no me importa, dijo Eugenio. Como Misionero del Espíritu Santo, tenía la obligación de que lo que recibiera por la venta iba a ser para la congregación, y así lo hizo. En ese momento ya se habían casado nuestros hijos, ya Alejandro el más chico había muerto. Estábamos libres los dos. Entonces volvimos a Malinalco y por primera vez Samuel me pregunta: oye cuántos metros son. Poquitísimos, le dije. Él era el que tenía el dinero, y decidió: voy a comprarlo.
Don Jesús era el dueño del segundo terreno que compramos, que era enorme y daba hasta el río, y lo estaba vendiendo. Nos pidió una cantidad muy alta. Pensé nos está viendo catrines. Entonces le dije a mi marido que yo había hecho cuentas y nos estaba viendo la cara el dueño del terreno. Mi marido estuvo de acuerdo. Fue con don Jesús y le dio una tarjeta con lo que ofrecíamos por su terreno. Y además le dijo: yo quiero deslindar hasta aquí de aquí para allá entonces eran 2,000 metros. ¿Tiene todos los papeles? Sí.
Te voy a contar otro detalle de cuando nos vendió don Jesús. Mi marido me dice: vamos a pagar con un cheque de caja cruzado, para que sea nomás para él. El caso es que llegamos ante notario, en Tenancingo, pasa mi marido, pero en el ínter don Jesús ve el cheque cruzado y mi marido se da cuenta de que estaba inseguro. Así es que al terminar la sesión con el notario, le dijo ¿Quiere que lo acompañemos al banco? Pues sí. Llegamos al banco que quería don Jesús, el de Comercio. Y dice el gerente: va a haber un costo porque fíjese que no hay sucursal aquí del banco que lo emite. El porcentaje del costo es de tanto. Entonces mi marido le contesta: este es un cheque de caja, es válido y usted no puede cobrar ni un centavo.
Si hubiera ido don Jesús solo, lo tranza.
Total que mi marido le compra y años después, había un restaurancito al que de repente íbamos nosotros a comer: El Tecorral. Allí conocimos al arquitecto Polo Aguirre, que era el dueño del restaurante, y cuando mi esposo se presenta y dice su apellido (que no es muy común), nos cuenta que un tarde él tenía una cita con don Jesús para comprarle su propiedad. Y ustedes, dice, llegaron el día anterior a cerrar la compra, y a mí me dijo al día siguiente don Jesús: ya no vendo, ya vendí.
En ese momento ni siquiera le habíamos pagado todavía a don Jesús, pero él tomó en serio lo que acordó con mi esposo: que le compraba el terreno. La palabra existe en Malinalco. En México con cinco pesos que no entregues, se olvidan: no recibí ningún centavo, no tengo ninguna cosa escrita. Aquí, nos contó Polo, don Jesús no me quiso ni hablar más del asunto.
Ese fue el segundo terreno que compramos.
Entre los dos ya teníamos una cantidad buena de terreno. El tercero fue el campito, que era de unos maestros de la Universidad, de Toluca. Ellos empezaron a hacer unas cabañitas para rentar para campamentos, y no terminaron, lo querían vender y dijimos a quién se lo irán a vender y qué van a hacer aquí. Entonces lo compramos.
Estaba hecho un basurero. Eso fue hace como 33 años, como en 1991. Todos los vecinos iban a tirar allí su basura. Entonces primero fue sacarla toda. Los muchachos vecinos del barrio tenían un equipo de futbol y venían a jugar a pesar del tiradero. Había mucho vidrio roto. Unos muchachitos se ofrecieron a recogerlo, y por cada cubeta les daba yo unos centavos. Así se limpió completamente el campito. Se les permitió seguir jugando en ese lugar, y prohibimos tirar basura. Al campito primero llegaban con municiones. Con municiones no entra nadie, dijimos. Luego, las resorteras. Resorteras tampoco, hay muchos lugares donde pueden jugar con resorteras, aquí no es uno de ellos. La gente andaba por aquí pero ya sabía qué no se podía. Uno de mis vecinos vio que se había arreglado el campito, me contó que estaba la gente grande yendo, que seguían jugando los muchachos, y no solo eso, sino que se había formado un caminito por el cual entraban las señoras a caminar y a hacer yoga. Y había niños que tomaban karate y no sé qué más. La gente vio cómo se estaban desarrollando las cosas, y estaban encantados.

La Huerta
Yo no sabía que aquí los vecinos son de veras vecinos. Cuando veníamos a Malinalco, una señora se me acercaba. Ella me traía una gelatina de mamey muy rica, ya empezó a traerme fruta de su huerta vecina: mango, guayabas… Era la huerta de ellos, de los Ortega. Entonces, te digo, se empezó a acercar a mí y yo al principio no sabía si nada más era amable y por eso me visitaba.
Aquí me voy a desviar un poco para contar algo sobre esta familia de apellido Ortega Resulta que había el trueque famoso que todavía continúa un poco hasta la fecha, pero muy poco. Entonces la señora Ortega un día cortó ciruelos, los llevó al tianguis y los cambió por unos hongos silvestres. La señora estaba amamantando a su hijita última, de seis meses, y resulta que entre los hongos de la cubeta había uno que era venenoso. Ella se enferma y se muere. Piensan que seguramente estaba débil, y no resiste el veneno. Su bebé también se enferma, pero logran salvarla.
Entonces se queda el papá viudo y con ocho niños, y se le ocurre lo más extraordinario que solamente aquí lo vi: hablarle a su hermano y a su cuñada, que vivían en México y que no tenían familia, no tenían hijos. Y les pregunta si los recibirían y ellos dicen sí. Se va a México toda la familia. El hermano y la cuñada los reciben. La señora se hace cargo de los niños realmente. Se hace cargo también de la bebé. Realmente los educa ella. Y al papá, su hermano lo recomienda en la compañía de luz y allí entra a trabajar.
Y la huerta… eso es rarísimo, no es el papá ni son los hijos hombres quienes se encargan de venir a verla, sino una de las hijas. La güera Ortega, que no era la mayor por cierto, es quien se hace cargo y viene aquí, que eso también es una raya en el agua porque se venía en camión desde México, soltera, a revisar la huerta y mantenerla un poco.
Pasaron varios años, no sé cuántos, y un día la güera me ofreció venderme la huerta, y una casita que tenía allí. Le dije mira yo te pediría que me vendieras nada más la franja que colinda con mi terreno. Pero no, quería que comprara todo. Para ella era mucho más cómodo venderla toda porque así además a cada uno de sus hermanos le toca un tanto porque son muchos terrenitos juntos. Entonces los hermanos ni siquiera tenían que venir a ver los terrenitos, solo firmar: recibí tanto te toca tanto te toca tanto y así a todos los hermanos.
Entonces yo le pregunto a ella: cuántos metros son. No lo vas a creer: dice yo no sé. Entonces yo compro en México, en la tlapalería, el metro más largo para medir la propiedad. Y en ese tiempo a ella le empezaba a dar miedo viajar sola. Y queda de verse con una prima hermana y venían las dos, solteras, en camión. Nos pusimos a medir: de aquí a acá, apunta cuantos metros son. Y ahora de aquí para allá. Ahora súmalos. Así hicimos las mediciones.
Había unas mojoneras grandototas que yo quité porque dije mis nietos con tantos alacranes que había entonces, y víboras y… Junté todas las piedras enormes e hice una barda luego de que nos animamos a comprarle todo.
Pero antes dijo mi marido: eso sí, tienen que estar perfectamente bien los papeles. Y ella contesta: sí, era de mi abuelo y tengo su testamento a favor de mi papá . Y dijo mi marido: vamos a llevarlos al notario a Tenancingo. Entonces resulta que ella había guardado todos los prediales. El notario revisa los papeles de ella y dice, sí, tiene todo.

En el inter, hay un temblor fuertísimo de los que suele haber muy de vez en cuando en Malinalco, y se cae una casita en donde vivía Felipe Monroy con su bola de escuincles, uno de ellos, por cierto, Félix, que ahora es un gran pintor y tallador. Pues bueno, sería en el temblor de 85 cuando se cayó su casita.
Y la güera Ortega no cabe duda de que es una persona extraordinaria. Dijo: no es posible que yo tenga una casa vacía y esta familia está sin casa. entonces habla con Felipe, que era carnicero, y Felipe se viene con toda su familia aquí. De veras es increíble cómo la gente comparte. La güera se podía haber callado, y no. Y él se quedó años viviendo en la casita. Aquí entre nos, tenía un hijo que había salido ya de licenciado en Toluca y empezó a ver si podía hacerse de la casa por los años que su papá había estado viviendo allí. Pero mira resulta que todos los papeles, los prediales, todo, los tenía la güera.
El notario vino con un acta para que firmaran los vecinos de testigos de que esa casita era de los Ortega. Llegó con don Felipe Monroy y le dijo: oiga estoy interesado en este terreno ¿usted qué sabe? ¿conoce a las personas dueñas? Y dice don Felipe sí, son los Ortega. Ah, ¿me puede firmar que son los Ortega? Y Don Felipe firma. Y el notario entonces comprueba que todo mundo reconoce que este terreno y esta casita es de los Ortega, una familia muy respetable. Entonces, no hay problema.
Y la güera siguió teniendo trato con nosotros hasta que murió. Ella nunca se casó, vivía en México pero venía a Malinalco a veces. De los hermanos no sé nada, porque la relación era con la güera. La casita es la que está ocupando ahora la Fundación Comunitaria Malinalco. Cuando compramos la huerta le hicimos algunos arreglos. Casi todos los que la rentaron vivieron años allí, gente encantadora, les fascinaba el lugar, el ambiente, el adobe. Yo conservé de la casita original las paredes de adobe, las puertas de madera tal como estaban. No tenía baño, entonces hicimos el baño. Había una bodega que se convirtió en la recámara principal.

¿Cómo era la huerta cuando la compraron?
¿La huerta? …Un muladar. Don Felipe, los árboles no los podaba pero amarraba la res que iba a matar en el aro del mamey. Y antes, para hacer el adobe de la casita donde ahora está la Fundación Comunitaria Malinalco, habían escarbado mucho por ahí. Tuvimos que traer mucha tierra.
La huerta era pura maleza. Habìa que entrar con un machete. De los trabajadores que tuvimos, antes de Miguel vino uno que le llamaban Monchi, que estuvo cuidando. Luego lo metieron a la cárcel porque atacó sexualmente a su hija. Fue un escandalazo. Le dicen también la Capulina. Y luego ya entró otro.
Mi marido y yo teníamos que conseguir una camioneta para poder sacar tanta maleza. Se invirtió en la famosa camioneta. Tú conociste a Polo Aguirre, que conocía muy bien a todo mundo. Le dije fíjate que necesito ya una gente más constante. Recomendó a Monchis, que estuvo con nosotros hasta que murió. Una gente que te daba la mano, te daba el corazón y estaba contigo. Le encantaban las plantas, las conocía muy bien, y vivía el lugar y las plantas. Era campesino y trabajaba de peón. Luego Polo lo puso de albañil a que cuidara los materiales que llegaban Después se quedó ya como cuidador de la huerta. Era de Malinalco, de Santa María. Todavía su familia vive bajando por Corregidora. Su viuda acaba de morir hace poco. Monchi se llamaba Salomón Pliego. Ahora trabajan Miguel y Micha, el Cuate.

La Fruta
De los mameyes antiguos, uno, allí si fue esfuerzo mío con unos muchachos para salvarlo, el zapote blanco y el zapote negro que estaban plagados y enfermos. Los mangos, para que no se te plaguen se supone que tienes que fumigar. ¿Qué sucede con la fumigación? Es constante, y hay que ver qué es lo que realmente no hace daño. Se fumiga en la flor y el veneno entra en la fruta, la contamina. Por fuera muy bonita pero por dentro es veneno. Entonces desgraciadamente las frutas que no tienen ese problema son los que se quedan para comer.
En las empacadoras, aunque tenga gusano una quita donde está y aprovechan la pulpa. Hay parte de la fruta que no tiene ningún problema y la utilizas. Tendrías que ser ranchero como fue mi papá. Hay que recoger la fruta que se cae, para que no se críe allí el gusano. Es un problema, mira: ayer no había una sola guayaba tirada. Hoy mira cuántas hay. De un solo arbolito. Imagínate cuando tienes bastantes.

Realmente se pueden hacer muchas cosas cuando estás viniendo aquí y deseas de veras aprovechar la fruta. De los mameyes ahora sí ya reconozco cuál sabe mejor, los árboles que dan la fruta chiquita, más pálida o más colorida. Cada árbol es único.
Nosotros no fumigamos. Durante un tiempo generabas lo que serían por ejemplo los rollitos de mango. Se cortaba el mango de los árboles, se utilizaba la parte buena, y de allí se hacían los rollitos… los cueritos. También de guayaba. Hacíamos muchos, y desaparecían con mis nietos. Llegaban: abuela, no has hecho cueritos. Hacíamos ates y deshidratábamos la fruta con deshidratador solar. Hicieron un hornito que todavía se puede mejorar. Pero sí ha funcionado bien nomás con solar. Hubo épocas en que vivíamos más aquí que en México. De jueves a lunes aquí, y martes y miércoles allá. Algunas veces Samuel se iba a alguna junta, o nos quedábamos el sábado en la mañana porque sus juntas eran entonces, y regresábamos a Malinalco en la tarde.
¿Sabías hacer ate cuando compraron la huerta?
La verdad no. Mi mamá hacía ate, que es lo que hace mi hija mayor. Mucho es lírico, vas aprendiendo.

Del mamey más viejo, yo te puedo decir que lo fui curando, quitándole a mano esas cosas que aparecían y llevándolas a San Ángel para que revisaran qué era, para saber cómo atacarlas. Nunca me dijeron, nunca me consultaron, nunca supe cómo se llamaba el animal ese.
Eso yo lo hice. Los animales (la plaga) los recogía yo y los mandé en un tubo y además de todo no se morían con nada. Eran haz de cuenta escarabajos. Con unas antenas así… un tipo de barrenador. Pero nunca me contestaron en Salubridad. Y si te cuento, todo lo que usábamos nosotros en la casa para evitar la polilla, se los eché. A cualquier hora te pegaba en la espalda el sol. Pero era una pasión para mí estar matando el animal aquél. Una de las veces dije le voy a poner gasolina. Lo entregué en San Ángel vivito y coleando, como si nadara en la gasolina.
Y cómo hacía, pues probando, ahora me funciona tal cosa. Y así se salvó el mamey, ahí está. Por eso tiene un hueco enorme en el tronco.
Hoy le pedí a Miguel que me cortara aguacates para llevarles a mis amigas. Tengo una amiga que me dice chatita me traes del criollo. Le encantan. Donde vivo, normalmente compartimos en la mesa de todo. Ah pero ella llega donde están los aguacates criollos y se los sube a su cuarto.

Agua
Había unas mojoneras grandototas que yo quité. Junté todas las piedras enormes e hice una barda porque dije: mis nietos con tantos alacranes que había entonces, y víboras y no les vaya a pasar algo. Un día bajó tanta agua por la montaña, que tiró la barda. Eso fue hace yo creo que siete, ocho años. Se la llevó totalmente. Y luego mi nieta me estaba ayudando y quiso hacerla como estaba al principio. Le dije no, mira, suspende el trabajo y la hacemos de adocreto, porque era muy caro hacerla como era. Que esté bien cimentada pero de adocreto. Es que se va a ver horrible abuela, decía. Ni modo.
Tenemos una cisterna muy grande. Pensamos en llenarla con agua del río. De plano le dije a Miguel el trabajador que no, que no es nuestra. Se está desperdiciando, insistía Miguel. –¿Le vas a poner un letrero que diga esta agua se desperdicia, se va para el río si no la usamos? La gente va a decir nosotros tenemos poca agua y esta familia la está usando para regar el campito, para darse el lujo de que tiene jardín. No podemos tener letrero ni cerca. . No se me hace justo para que los que están sin agua digan mira esa señora sigue regando. No, aunque el agua se vaya por el río. Nada más regamos los arbolitos y las plantitas. Enero, febrero y marzo ya no tenemos agua. –Es que se va a secar el pasto, me insistía Miguel. Y yo: no importa, se seca y luego con la lluvia vuelve a salir. Además, así hacemos armonía con el cerro que está seco, con el resto del lugar, con la montaña. Y es cierto, el agua del río se va. Claro que, está contaminada.

Ahora, la del torrente que baja de la montaña, yo creo que con una bajada tienes para regar todo el año. Es una cantidad de agua fuera de serie. Es increíble cómo baja, la cantidad que baja. Increíble.
(Comenta la hija mayor). Necesitamos saber que el agua va a aumentar efectivamente, si uno asume que hay un cambio climatológico, que se esperan grandes caídas de agua con grandes pérdidas de agua y por otro lado ni una sola gota y mucho sol y mucha temperatura, tienes que reservar la que cae cuando cae.
Hay corrientes de aire muy fuertes también, que hay que tomar en cuenta. Entonces el aire, el calor, el sol que es un sol quemante… los incendios tremendos. En fin que son muchos cambios, muy rápidos y hay que aprender a adaptarse y recoger agua de lluvia. Ahorita que tocas el punto, es un punto álgido. Y tenemos una temperatura extraordinaria en Malinalco. Te encuentras varios climas en esta partecita.
(La hija mayor). Pero también estás generando condiciones para que este clima cambie. Tienes todavía coníferas en las partes altas pero estamos acabando con el bosque con tal de producir mezcal. Sea en Jalmolonga o en el Palmar. En donde estás acabando con los árboles porque necesitan que efectivamente el sol entre para los magueyes. Teníamos bosques con encinos también en la parte alta, y ahora tenemos monocultivos de aguacate. Y eso es uso de agua, la tierra se reseca muchísimo.
Conchita de la Parra
Es encantadora. Es un personaje religioso, muy querida. Una gente muy atenta a ayudar al otro. Nos veíamos en misa de siete. Y fuimos un grupito muy agradable, muy a gusto. Era líder. Y bueno, ha salido ahora también líder su hijo. Muy respetable familia. El esposo de Conchita es un hombre transparente, es una bonita familia. Son de esas familias de calidad.
Aquí hay herencia de valores. Y hay que propiciarlos. Si deveras pudiéramos recuperar esos valores… cuando tú los transmites a la familia, y vuelven a esos valores, marcha todo. En ese sentido, cosas buenas como el parque, como la huerta, como este lugar para hacer comunidad, como esta dádiva para el pueblo, creo que es muy valiosa.

Mira: cuando recibes lo que yo recibí: de cariño, de aceptación, de deseo de hacerte bien, de estar contento, una forma de retribuir es regresar en el grado en el que puedas eso que recibiste.
Cuando recibí este lugar, mi papá me dijo –todavía vivía mi papá—es muchísimo. Es que es tremendo porque te va a envidiar mucha gente . Entonces le dije: me van a envidiar pero ¿sabes lo que yo siempre he sentido? Que no es mío, me lo están permitiendo administrar, no para mí. Mi idea es verlo ya como parque, aceptado como parque, con los derechos y obligaciones de un parque público, aunque sea de fondos privados, pero esa es mi idea. Me encantaría verlo consolidado, abierto. Mucho.

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