
De veras ¿quién quiere un gallo?
Curioso animal de compañía, independiente, guapo y cantador. No ladra.
Quién quiere un gallo atento, que se acerque a ti con precaución en busca de trocitos de tortilla o arrocitoss de las sobras de la comida.

Un gallito Bantam, chaparrito, que al salir de su refugio extiende las alas, corre tantito, levanta el vuelo y aterriza a 300 o más metros de distancia; que alcanza la copa del árbol más alto y encuentra un paisaje que jamás has visto.

Quién quiere un gallo que se esconda entre las flores como la más grande y vistosa de ellas.
Un gallo sorprendente que se deje observar, aunque sea de lejecitos.
Que aparezca en el jardín, el patio o la terraza mientras convives con la familia o los amigos. Y que sea la admiración de todos.
Un gallo bello de plumas brillantes y multicolores, amable con las gallinas, curioso con los pollitos, precavido, vigilante y activo.
Un gallo que abone las plantas mientras se pasea entre ellas. Que se bañe en la tierra seca, se sacuda el polvo y así no deje que corucos y pulgas amadriguen en su piel haciéndole daño.

Quién quiere un gallo orgullosamente criollo, como los que aún hay en las huertas rurales de traspatio entre una parvada de gallinas, pollos y pollitos. Una especie que resiste los cambios de clima y, libre, casi se mantiene de lo que encuentra entre la tierra y la vegetación.
Quién se atreve a adoptar como animal de compañía a un elegante gastrónomo aficionado a nixticuiles, hormigas, gusanitos y caracoles; pescador al vuelo de mosquitos y escarabajos.
Un animal que lleva en su cuerpo los genes de sus antepasados remotos de Asia y de Europa; aquellos habitantes silvestres de bosques templados, secos la mitad del año. Una especie que hace siete, ocho, nueve mil años, hizo un pacto con Homo sapiens convirtiéndose así en una especie doméstica que se deja querer y admirar; que espera de nosotros comida, refugio y cuidado a cambio de huevos, cantos, y de su propia vida.

En el siglo 16 empezaron a llegar con colonos y migrantes a nuestro continente. Desde entonces se les dio su lugar tanto en las comunidades rurales y semirrurales como en casas y viviendas de las ciudades. Durante cientos de años han formado parte de nuestros bienes y nuestro alimento.

Quién quiere un gallito que guarda sus espolones entre las elegantes plumas de sus patas; un gallito de pintas blancas, como mil flores sobre un fondo negro y dorado. Sus antepasados, del sur de donde hoy se encuentra Suecia, seleccionaron aquellas gallinas y gallos tranquilos y mansos salpicados de manchas.


A quién le gusta este gallo tornasolado y zancón, de los preferidos en el campo porque crece alto y fuerte. Su color se asocia con la magia y las supersticiones: absorbe lo negativo, protege contra las malas vibras y dicen también que puede ser aliado de sabios y poderosos. Hay quien quiere muertos a los gallos negros. Yo los prefiero vivos y contentos.

Quién quiere un gallo criollo que heredó el cuello y pecho pelones, colorados y brillantes, de remotos antepasados gitanos de donde esta variedad se originó.


¿Quién querría, con su gallo bonito, una parvadita de tres o cuatro gallinas? Ayudantes temporales que rascan el suelo de la cama donde vas a sembrar verduras, aflojándola y deshierbándola. Escandaloso grupo al avistar a un desconocido en su territorio, que suele ser también el nuestro.

¿Quién prefiere este gallo, el rey de mi gallinero, con su cresta de corona y su aire noble. Un gallo grande de más de cinco años, sosegado, sabio en su comunidad aviar? Acepto trueque con gallo joven, grande y bello.

Sea cual fuere el gallo que elijas querer, sólo necesita un refugio para la noche, al amparo de la lluvia, las heladas y los búhos, tejones, perros, cacomixtles y otros depredadores. Un refugio de madera, o de malla gallinera, o una bodega en desuso, dónde comer y tomar agua, con un palo alto para subirse a dormir.

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