
Vimos crecer sus brácteas, al principio casi verde oscuras, miméticas con el abanico de tonos del limonero y el cafeto de los que asoma. Todavía era octubre.
Las brácteas se hicieron más grandes y cambiaron al rojo vivo para llamar la atención y que nos asombráramos y dijéramos ¡Qué bonitas flores!
Porque he de aclarar que las que nos parecen flores en realidad son brácteas rojas, como pétalos, que crecen alrededor de las verdaderas flores, que están en el centro de las brácteas y son muy pequeñas. Las brácteas viven para cuidarlas y son las que llaman la atención.
No fuimos los únicos en apreciarlas. Abejas, abejorros, avispas y colibríes, atraídos por su color, acudían a libar de lo que ellas encerraban.

Dos semanas después llegó noviembre, y aún eran motivo de alegría. Pero, esplendorosas de lejos, al acercarnos a la planta, ya de tres metros de altura, notamos agujeros y mordiscos en algunas de sus hojas.
Fueron los grillos. Los grillos que todas las noches, dando brincos, salen de sus escondites y comen, cantan, se atraen, se hacen el amor y se reproducen.
Pasó casi un mes y, en calidad de comensales de las brácteas que habían brotado primero, nacieron hongos que las pintaron de colores, mientras las florecitas diminutas se secaban dejando ver pequeñísimos frutos de los que al madurar escaparán semillas.
El rojo fue perdiendo viveza y las brácteas lozanía, y se han ido cayendo como si alguien las deshojara como pétalos de marchitas margaritas. Posiblemente el frío de la noche ayuda también a secarlas.
Estas plantas de varios metros de altura, originarias de la región que fue después Mesoamérica y ahora parte de México y centroamérica, las encontramos todavía en las selvas que los biólogos llaman secas porque la mayoría de sus árboles y arbustos pierden sus hojas al terminar la época de lluvias, y permanecen pelones hasta el siguiente temporal.
Eran bien conocidas por nahuas, zapotecos, mayas, matlazincas, y otros grupos que las admiraron, les dieron nombres (cuitlaxochitl en nahuatl, gule tiini en zapoteca, y así en cada lengua y dialecto), las convirtieron en símbolos, las usaron para diversos festejos y rituales y las sembraron cerca de sus casas.

En el siglo XVI, los frailes las llamaban nochebuenas, y también pascuas, porque florecían poco antes de la Pascua de Navidad y también tras las lluvias que suelen caer alrededor de Semana Santa, que culmina el domingo de Pascua de Resurrección.

El XIX trajo, después de la Independencia, al primer embajador de Estados Unidos en México, Joel Poinsett, célebre por haber descubierto (según él) las Cuitlaxochitl (flor que se marchita), nochebuenas o pascuas, y haberse llevado algunos ejemplares a su país, donde las llamó Poinsettia en honor a sí mismo.

Pasó un siglo y, por ahí de 1925, un alemán llamado Paul Ecke, que vivía con su familia en California y se dedicaba a producir plantas en invernaderos, hizo experimentos y redujo el tamaño de las poinsettias hasta que cupieron en macetas medianas y pequeñas, las obligó a florecer a mediados de diciembre para venderlas como adornos vivos en las fiestas de Navidad, y empezó a exportarlas a Canadá y países de latinoamérica y de Europa, donde gustaron mucho.


Sin embargo, cuando realmente se volvió popular esta planta fue durante los años sesenta. A principios de diciembre, el hijo de Paul Ecke, Paul Ecke Jr, regaló muchísimas, las más bonitas y vistosas, a los productores de programas de televisión, para que las pusieran en los escenarios como adorno. Luego fue a las compañías que editaban revistas femeninas y logró que los editores incluyeran las rojas flores de pascua en las ilustraciones de escenas navideñas de sus revistas.
En Estados Unidos, y pronto en otros países, millones de personas las vieron y se enamoraron de ellas. La flor de nochebuena se convirtió en símbolo casi mundial de la temporada navideña.
Desde hace años, floricultores en México también producen esta planta con el sistema de Paul Ecke y la venden para adornar en diciembre casas, parques, camellones, oficinas y comercios.
En enero, las hermosas nochebuenas de invernadero que tanta gente compró y disfrutó, se secan, y quedan sólo unos tallos pelones que hacen creer a muchos que sus plantas ya se murieron, y las tiran al bote de la basura o a la composta casera. La mayoría de las veces están muy equivocados.
Como sus primas silvestres, pierden sus hojas y así se quedan, aparentemente secas, hasta febrero, cuando el frío intenso se va yendo. Si las pasaste a una maceta más grande, a pleno sol, y las has regado lo necesario para que el suelo permanezca húmedo, seguramente sobrevivieron y verás que poco a poco les brotan hojitas verde oscuras. Y si las siembras en tierra firme, pueden llegar a crecer varios metros.
Bien tratadas (mucho sol, agua y buena y suficiente tierra), esas pascuas que compraste en una maceta florecerán durante muchas Navidades.
Además, por ser la Nochebuena una planta originaria de Mesoamérica, en esta región convive con la fauna, hongos y flora nativos de aquí, que evolucionaron con ella desde hace miles de años, cooperando entre sí en un ecosistema lleno de vida, biodiversidad y belleza natural del que tú, al procurarla y cuidarla en tu jardín o balcón, eres partícipe consciente.






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Padrísima narrativa…no tenía idea de los orígenes de esta planta que me gusta mucho… Gracias Prima
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Gracias también, primo, por tu comentario.
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