De formar parte de la indumentaria de un caballero, tan importante como el bombín, el chaleco, la leontina y el saco, el bastón pasó a convertirse en nuestra época en un tema médico, una receta para las personas que padecen de dolores en las articulaciones, en una pierna, en la espalda, a las que les molesta el cuerpo al estar de pie o caminar, o les cuesta trabajo guardar el equilibrio.

¿A cuánta gente grande y sana conocemos, que rehúye las caminatas porque teme caerse hacerse daño, y que esa caída se convierta en el inicio del fin? 

Pero el inicio del fin también puede ser la inmovilidad.  Músculos que no se usan se debilitan.   Para ellos, cualquier salida y regreso incluye subirse a un vehículo que los transportará al lugar a donde van a tomar asiento.  Caminar menos lleva a caminar con más trabajo: tus músculos pierden fuerza y las articulaciones se anquilosan.  Cada día te es más difícil levantarte de la silla, del sillón y de la cama, sientes rígido tu cuerpo y tardas en recobrar el equilibrio y que tus huesos y músculos (los que quedan activos) se reacomoden antes de poder dar unos cuantos pasos. Sabes que estás en una inercia que te lleva a mayor decadencia física.    Cuando caminas en la calle, algo que evitas en la medida de lo posible, lo haces despacio, con la cabeza baja para que los obstáculos no te hagan tropezar y caer, y no tardas en cansarte, tú, que solías caminar tanto y con tanto gusto, que andando se te ocurrían las mejores ideas, tu ánimo se levantaba y disfrutabas las pequeñas sorpresas que encontrabas a la vuelta de la esquina, en el café, en el parquecito del barrio. 

Antes de hacerlo imposible ¡Prueba con un bastón!

El bastón no sólo sirve de apoyo a las piernas, un tercer pie digamos, sino que es también extensión de brazo y mano que lo lleva consigo, para alcanzar o señalar algo de manera más enfática que si sólo lo hicieras con tu dedo. También permite al portador llamar la atención y hacer guardar silencio a un grupo golpeando el suelo con él. Y si vas con alguien y te pierdes entre una multitud, levantar tu bastón ayuda a que se encuentren.

Puede servir de defensa a quien lo porta si alguien osa acercarse con malas intenciones, e incluso desalentar a algún pícaro que de otro modo nos vería desarmados.

Una versión rural, antigua, tradicional del bastón es el cayado. 

Nada tontos, desde hace siglos los pastores se apoyan en uno cuando llevan y traen su ganado. Con él encaminan al borreguito que se desvió levemente de la manada, o a la manada entera. Con él alcanzan alguna fruta que cuelga no muy alta de un árbol, no muy alta pero sí lo suficiente como para no poder cortarla con la mano.  Si encuentran un charco grande en el camino, nada más adelantan su cayado, lo introducen en el charco hasta tocar con el fondo, y así se dan una idea de qué tan profundo es y calculan si pasan o no. 

Para andar por el monte, acostumbro buscar una rama seca y fuerte que realmente me ayuda a ir más segura, a hacer a un lado la maleza o pequeños obstáculos encontrados en la vereda, a mantener el equilibrio y a subir o bajar con menos riesgo de despeñarme. Es mi cayado.

Como a los pastores, a los peregrinos se les identifica con un cayado que les ayuda también a andar más rápido y cansarse menos. Desde hace muchos siglos, aquellas personas, mujeres y hombres, cuyo modo de vida era el peregrinaje, llevaban siempre consigo una vara resistente para ayudarse a caminar y  eventualmente descansar de pie apoyándose en ella. 

Para quien hace una peregrinación, dispuesto a recorrer grandes distancias, un bastón o un cayado es parte de su equipaje. Así, Moisés hace salir agua de las rocas tocándolas con su bastón, narra la Biblia en El Éxodo. Por su parte, en los libros de cuentos clásicos, no falta el personaje que propina una paliza a otro con ese palo llamado bastón, o cayado, o báculo, para darle según él su merecido. Recuerdo haber leído alguna historia sobre un bastón que adquiere vida propia y se independiza de su dueño. Y otras sobre una viejecita que lo usa para moverse cuando ha perdido la vista, o para simular esa condición.

La varita mágica tan importante para brujas y magos es en ocasiones también el cayado o bastón del hechicero, dotado de la capacidad de convertir algo en otra cosa siempre y cuando su dueño lo decida.

El tradicional bastón de mando representa el poder que a quien se le otorga tiene sobre un grupo de personas, costumbre y rito que se practicaba en culturas desde tiempos muy antiguos y en algunos casos, como en distintos grupos originarios de México, perdura hasta nuestros días. Señores feudales, nobles y reyes también portaban un báculo símbolo de su rango.  Quien tiene el bastón, posee el poder. 

El báculo como símbolo de autoridad de los obispos, pastores de almas, es clásico conocido. Un báculo o un bastón labrado, con incrustaciones de oro, plata y piedras preciosas, de madera fina, era también entre la burguesía hasta hace menos de un siglo, además de un apoyo al caminar, una manifestación de riqueza y alcurnia de quien lo poseía y usaba. 

Hoy, quienes practican montañismo, hacen caminatas largas por el monte agreste y suelen hacer excursiones de varias horas, utilizan no uno sino dos bastones especiales, llamados nórdicos, para apoyarse y reducir el trabajo de las rodillas al subir, bajar o saltar.  Son bastones delgados pero resistentes y casi no pesan.  En este sentido, es como si los excursionistas fueran cuadrúpedos. Les sirven también para tantear si una piedra que piensan pisar está bien asentada o si un terreno húmedo es o no un peligroso pantano que te puede tragar, y para hacer a un lado, sin dañar, viborillas y otros pequeños animales silvestres que se cruzan en el trayecto.

Con todos estos atributos, es extraño que los bastones hayan caído casi en desuso (o así me lo parece a mí).


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